Los guiados por Dios (Parte 5)

La semana pasada aprendimos que hay al menos dos tipos de personas que no están dispuestas a esperar en Dios para que guíe sus caminos: (1) el vanaglorioso y (2) el incrédulo. El primero cree ser más de lo que realmente es y solo quiere escuchar el consejo de su propio corazón. Este es el caso del joven Moisés, el cual por poco pierde la vida por inmaduro e impetuoso (¡el desesperado!). Hoy vamos a conocer un poco del caso de Abram, el cual dejó de creer que Dios tenía el poder para cumplir sus promesas y tomó decisiones sin juicio que le pesaron por mucho tiempo.

En Génesis 15-17 vemos la historia de una promesa poco usual para un anciano. Abram estaba preocupado y triste porque no tenía un hijo a quien pasarle todas las bendiciones que Dios le había dado. En el capítulo 15 Dios le promete descendencia haciendo un pacto solemne con él. Dios, para mostrar su poder en nosotros, muchas veces nos anima a creer en lo imposible. Ante el ojo humano las cosas que Dios nos habla muchas veces no tienen sentido. Por eso el capítulo 16 comienza con el resumen de la imposibilidad en la vida de Abram: su mujer Sarai, era estéril, aparte de que ya ambos eran muy ancianos. Aún cuando Dios había prometido una descendencia inmensa, la realidad de la vida cotidiana, el afán diario de Abram le decía otra cosa. Cada mañana él y su esposa se despertaban al triste cuadro de una casa vacía, sin el sonido de hijos y nietos, sin una esperanza que hacía ya mucho tiempo los había dejado. Asimismo, nuestros problemas, las luchas que soportamos día a día, las pesadas cargas que no disminuyen, en ocasiones nos abruman tanto que gritamos desesperadamente por una solución. Fue así que, cuando Sarai le propuso a Abram un método alterno para tener descendencia, él debió haber pensado algo así como: “¿Por qué no? ¿Qué tal si es ésta la manera que Dios va a usar para darme un hijo?” El problema no estuvo en pensar que Dios podía usar medios comunes para darle descendencia a Abram. Cuando estamos mirando los asuntos difíciles de nuestra vida y queremos tomar acción al respecto, es sabio y responsable mirar todas las opciones, meditar en ellas, y luego ejecutar. El problema consiste en que luego de idear nuestro grandioso plan, no lo consultamos con Dios. ¿Acaso creía Abram que iba a darle una sorpresa a Dios? -“¡Mira Señor la ayudita que te he dado!”- En este caso, el plan de Abram consistía (¡nuevamente!) en utilizar sus herramientas humanas, sus posibilidades terrenales, para lograr propósitos celestiales. Debemos aprenderlo de una vez por todas: Dios cumple sus propósitos en sus términos, a su tiempo, a su manera, y para su gloria. Si hacemos las cosas a nuestra manera, el fin (aunque no lo queramos reconocer) es llevarnos nosotros la gloria y el reconocimiento en el asunto. Recordemos, ¡él no comparte su gloria con nadie!

Abram cosechó serios problemas por su falta de juicio. Él probó confiar más en sus ideas y fuerzas que en el consejo de Dios, al ejecutar sus decisiones sin consultar con el que le había hecho promesas. El resultado fue doloroso: una familia dividida y destruida. Pero Abram sufrió algo todavía peor. En Génesis 16:16 se nos dice: “Era Abram de 86 años, cuando Agar dio a luz a Ismael”. En el próximo versículo (17:1) se nos dice: “Era Abram de edad de 99 años cuando le apareció Jehová…” ¿Por qué esta secuencia de textos tan curiosa? Estos textos nos dicen que Abram sufrió el silencio de Dios ¡por 13 años! De todas las consecuencias que un hijo de Dios puede recibir en su vida, la más dura y difícil es ver el cielo cerrado sobre su cabeza. Cuando Dios por fin decidió volver a hablarle, ¿cuál fue la reprimenda? –“Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto”- Dios nos quiere recordar dos principios básicos:

  • Él es todopoderoso - Él es quien tiene todo el poder y autoridad para llevar a cabo lo que ha dicho. Desconfiar en su capacidad para obrar es pecado de incredulidad. A nosotros nos toca cada día buscar su voluntad en todo asunto, y esperar en él por los resultados (aunque esto tome más tiempo del que nos parezca prudente).
  • Nuestra función es “andar delante de él y ser perfectos” – Esto significa que debemos dar cada paso mirando, siguiendo, imitando y honrando a Dios. Los verdaderos creyentes no tenemos permiso para hacer lo que a nosotros nos parece más correcto. No somos nuestros, no nos pertenecemos, sino que “fuimos comprados”, y por lo tanto ya no podemos decidir por nosotros mismos. Esto no es opcional, es requisito del cristiano, y va en contra de nuestro orgullo humano. Y, como ya hemos aprendido, Dios no trabaja con las reglas de los hombres, sino con las reglas del reino.

Si reconocemos y aceptmos esto, la Palabra nos consuela con la siguiente hermosa y maravillosa expresión de la boca de Dios: “Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera”. Así que, nuestra fe y obediencia son esenciales para que su gloria se manifieste en nuestras vidas. ¡Que no ayude el Señor a nunca olvidar esta verdad!

En Cristo,
Gadiel

Comments

Ruben said…
Esto nos ensena que es mejor esperar que pagar las consecuencias de nuestra impaciencia.

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