Conociendo a Dios – Parte 9

La semana pasada hablamos acerca de nuestra idea de Dios: así como pensemos de él, de esa manera será nuestro compromiso con sus cosas. Por esto es esencial conocer a Dios de la manera en que la Palabra lo muestra; si no lo hacemos asi, nuestra fe se debilitará grandemente. La iglesia que no conoce a Dios termina perdiendo el temor a él. Y si perdemos el temor de Dios, no tomaremos en serio sus reclamos (su santidad), y nos parecerá poco probable que él nos castigue por nuestros pecados y faltas. Nos decimos a nosotros mismos: “Nadie es perfecto, Dios lo sabe, y ¡él es amor!, así que no nos va a castigar. ¡Eso son pamplinas de viejos!”

¿De dónde sacamos un concepto tan degradado de Dios? Ya que estamos tan mal informados por no leer y estudiar cuidadosamente toda la Palabra de Dios, tendemos a crear nuestras propias ideas acerca de quién es Dios y como es su carácter. Hoy vemos por doquier (en “posters”, libros religiosos, presentaciones románticas en la Web) el concepto de un Dios que parece mas un padre malcriador, que no tiene control de sus hijos, y que está rogando porque le hagamos caso. Él es el amigo, compañero, ayudador, servidor, el que nunca se ofende y siempre perdona, el que nos entiende y soporta, el que nunca nos hará daño. En fin, Dios es como uno de nosotros. Nos hemos hecho una imagen de un viejo abuelo, sabio y sin fuerzas, que nos da todo lo que queremos y no nos reprocha por nuestra mala conducta (¿acaso no hemos escuchado en la calle que todo el que se muere “va al cielo” no importa la clase de vida que haya vivido?) Esto es hacernos una idea personal y muy acomodada del Dios con el que queremos “hacer negocios”. Esto se llama idolatría, es bajar a Dios al nivel de la criatura, y es un pecado terrible.

En el Salmo 50, Dios trae a juicio al pueblo de Israel por hacer exactamente eso. Dios se denomina el Juez (v.6), una función que no nos gusta nombrar mucho. Dios les condena por su religión falsificada (v.8-13), pues creían que llevando a cabo los ritos establecidos (sin tener el corazón correcto) iban a “apaciguar” a Dios. Esto es exactamente lo que las naciones paganas piensan de sus “dioses”; seres variables, sujetos a pasiones que “hay que mantener contentos”. Algo así continuamos haciendo hoy cuando “vamos a la iglesia” los domingos, echamos la “pesetita voladora” en el plato de la ofrenda, y salimos corriendo para continuar con nuestra vida sin Dios. Dios recrimina esta falsa religiosidad en los versículos 16-17, apuntando a la falta de amor hacia la verdad como la peor hipocresía en contra de él:

“Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tu que hablar de mis leyes, Y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tu aborreces la corrección, y echas a tu espalda mis palabras”

Y es entonces donde Dios da el diagnóstico de la condición, la razón por la cual el pueblo trataba a Dios tan livianamente (v.21-22):

“Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre”

Dios es Dios. No es como nosotros, y no tenemos derecho a tratarlo como si fuera un “pana”. Nuestra función como cristianos es acercarnos a su Palabra para ver que ella dice acerca de él, y entonces regirnos día a día por aquello que le agrada. Él y sólo él, se merece toda la gloria, toda la honra, la alabanza y adoración. Los que siguen ese camino (de conocerle y seguirle) verán las bendiciones de Dios en sus vidas:

"El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”
Salmos 50:23
En Cristo,
Gadiel

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