¿¿¿Agradecer qué???


A las 5:00 a.m. del último jueves de noviembre, algunos de nosotros, meros-mortales, nos dirigimos somnolientos a algún “servicio matutino” de Acción de Gracias (¡al parecer el pastor quiere que todos suframos un poco de su problema de insomnio!).  Luego arrastramos nuestra humanidad a la reunión tradicional, a comer pavo con la familia “cercana” (¡que incluye la tátara-tátara-tátara-tía que nadie veía hace 300 años!).  Y antes de servirnos el pobre bípedo que murió “con un tajo en la frente y otro en el corazón”, nos ponemos solemnes para la consabida oración del patriarca de la casa (bueno… como están las cosas, posiblemente “la matriarca” es la que ora).  Y es ahí, ¡sí ahí!, donde se nos obliga a repetir esa minúscula frase, que este año (¡de todos!) posiblemente no queremos decir: “¡Gracias Dios!”

¡La fuerza de la costumbre y las apariencias “cristianas” pueden ser poderosas!  Seriamente, ¿por qué dar gracias? ¿Es que acaso nadie lee periódicos en estos días?  Ni en casa ni en el resto del  mundo parece haber descanso para las malas noticias.  No hay dinero, no hay empleos, los precios da cada cosa van por la estratosfera, los gobiernos se quieren ir a quiebra y arrastrarnos con ellos, el olor a guerra no cesa.  ¿No deberíamos mas bien irnos a llorar, a emborracharnos, a ahogar las penas? ¿No es harta hipocresía esto de “dar gracias”?  ¡Porque parece como que a Dios se le fue el mundo de las manos!

El salmista Asaf al parecer se vio en una encrucijada similar a la nuestra: adorar en medio de la destrucción de la vida que conocemos.  Su poderoso acercamiento al asunto es nuestro ejemplo a seguir.  Asaf (1) se ubica “cerca de Dios”, (2) lo adora, porque a pesar de la destrucción alrededor, ¡Dios está en control!, (3) recuerda el fin que llegará a los impíos destructores de la creación de Dios, y (4) ¡continua adorando mientras Dios hace lo que va a hacer!

“Gracias te damos, oh Dios, gracias te damos,
Pues cercano está tu nombre;
los hombres cuentan tus maravillas… Se arruinaban la tierra y sus moradores;
Yo sostengo sus columnas. Dije a los insensatos: No os infatuéis;
Y a los impíos: No os enorgullezcáis;  No hagáis alarde de vuestro poder;
No habléis con cerviz erguida. Porque ni de oriente ni de occidente,
ni del desierto viene el enaltecimiento.  Mas Dios es el juez;
a éste humilla, y a aquél enaltece…  Pero yo siempre anunciaré
y cantaré alabanzas al Dios de Jacob. Quebrantaré todo el poderío de los pecadores,
pero el poder del justo será exaltado.” (Salmo 75, RV60)

Hay un mensaje de Dios para los que destruyen la tierra con su mezquindad: Dios, ¡y solo Dios!, es quién separará al justo del injusto, y bendecirá al recto de corazón.  Y hay un mensaje para nosotros, los que vivimos “cerca de su nombre” y a veces desfallecemos:  cuando llegan tiempos difíciles, necesitamos comprender que la salvación no proviene de lo que nos rodea (trabajo, gobierno, familia o nación), sino de nuestro Dios, ¡quien sostiene las columnas de Su creación aún en medio de la destrucción!

Ayer vi un hermoso “postcard” electrónico, que leía:

“No tengo miedo al mañana porque sé que ya Dios está allí”

¡Nada mas cierto, nada mas real¡ Por eso hoy, frente al pavo, y al lado de la tátara-tátara-tátara tía de 300 años, se me escapará un susurro con fuerza de huracán, que exclamará al cielo: “¡Gracias Dios!”

Feliz día de hacer lo que siempre hacemos: ¡dar gracias a Dios por lo bueno que él es!
Pastor Gadiel

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