“¿Con qué tengo que hacerme miembro de una iglesia local? ¡Uff!…”
Estoy a mitad de un excelente libro escrito por Johnatan Leeman titulado “The Church and the Surprising Offense of God’s Love” (“La Iglesia y la sorpresiva ofensa del amor de Dios”). El autor trata el tema de la membrecía y la disciplina en la iglesia, tema visto por muchos como “passé” (o pasado de moda) en este tiempo de libertad, individualismo y sobre todo, en el que no reconocemos que las autoridades e instituciones son válidas y puestas por Dios para nuestro crecimiento y seguridad espiritual. Esto se llama anti-autoridad y anti-institucionalismo, y es el grito de la moda de la sociedad postmoderna en que vivimos. Las consecuencias de esto en la iglesia de Cristo son descritas por Leeman a continuación:
"Hoy en día, creemos que la autoridad no le pertenece a la iglesia, sino que le pertenece al creyente “consumidor”, quien define las actividades y prioridades de la congregación a través de su asistencia y bolsillo… Una de las tragedias principales de la iglesia evangélica de hoy es que ha perdido de vista la maravillosa fuerza dadora-de-vida que es la autoridad… Hoy nos creemos “agentes libres” encargados de determinar cómo haremos para crecer como creyentes, respetar a nuestros iguales, y aceptar la guía y el consejo de otros… somos los capitanes de nuestro propio barco…
En resumen, una teología subdesarrollada se une a nuestra anti-autoridad y anti-institucionalismo para engañarnos creyendo que amamos a todos los cristianos en todo lugar a la vez que evitamos amar a algunos de esos cristianos en el contexto de las congregaciones locales, en especial en sumisión voluntaria. No nos debe sorprender el por qué nuestras iglesias no son profundas en Dios, por qué hay tantos cristianos débiles, y por qué la iglesia se parece tanto al mundo.” (p.216)
Tenemos que aceptar que la iglesia visible en el mundo, compuesta de todas las congregaciones locales, está llena de gente que no necesariamente están viviendo vidas perfectas según el estándar bíblico. ¿Por qué es esto? Hay varias razones:
"No son todos los que están ni están todos los que son” – Utilizando este dicho popular, afirmamos lo que Jesús nos mencionó en la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-30), que en esta era (entre la primera y segunda venida de Cristo), crecería juntamente dentro de las congregaciones los plantados por Dios y los plantados por el enemigo. No es claro saber quién es quién hasta que vemos los resultados de su “profesión” de fe, o sea, los frutos de la salvación. Si algo tenemos claro es que un verdadero creyente necesariamente mostrará un cambio en su estilo de vida. Si ese cambio no llega, al menos desde nuestro limitado punto de vista terrenal, esta persona nunca ha experimentado la salvación de Dios en su vida.
De los que “son”, muchos están en el proceso de crecimiento espiritual – La parábola del sembrador (Mateo 4:1-9) nos lleva no solo a entender que una tercera parte de los asistentes a una congregación particular son los verdaderos convertidos (¡ouch!), sino que ese tercio tiene diferentes niveles de “fruto” (“al treinta, al sesenta y al ciento por uno”). Los verdaderos convertidos somos rebeldes perdonados, pecadores habituales en guerra contra las pasiones que batallan contra nuestra alma (1 Pedro 2:11), gente que todavía vive en Romanos 7 aunque declarando diariamente la victoria de Romanos 8.
Como gente imperfecta, tanto la congregación como sus líderes cometerán fallas en el camino – Estas fallas tendrán que ser enmendadas según el Espíritu de Dios vaya enseñando al Cuerpo. Pero como siempre digo, en Dios “no hay migajas”, o sea, nada se desperdicia en la mesa del banquete celestial. Dios utiliza cada situación y aún cada necedad que cometamos, para “atribularnos”, rehacernos, limpiarnos, y alimentar nuestro crecimiento, todo para Su gloria.
Por lo tanto, dentro de las congregaciones veremos gente que se aman y se envidian, se ayudan y se traicionan, se cuidan y se descuidan. Y para alcanzar la madurez y la perfección en Cristo, Dios nos ha puesto necesariamente en el contexto de la iglesia local (dentro de congregaciones locales) para que batallemos con nuestros viejos hábitos, y venzamos al diablo, amando a nuestros hermanos y mostrando al mundo la membrecía en la familia celestial. Somos “peregrinos y advenedizos” en este mundo, o como nos llama Leeman, “embajadores” del cielo, designados con la autoridad del Rey para proferir Su mensaje (Mateo 28:18-20), y que por necesidad somos miembros de la “embajada local” de nuestro Reino. Esta embajada local es la iglesia local, la guarnición del ejército de Dios en nuestra ciudad.
Así que, ser un verdadero creyente, realmente convertido a Cristo, requiere que demos “frutos de arrepentimiento”, buenas obras que salen de un corazón renovado en prioridades de vida y totalmente agradecido de Dios. Parte esencial de este fruto es el que nos unamos en membrecía oficial a un cuerpo local de creyentes, a través del bautismo en las aguas. Este sacramento es nuestra proclamación al mundo de que somos nacidos de nuevo, y la proclamación oficial y autoritativa de la Iglesia de que somos parte del Cuerpo. Esto nos pone en sumisión (¡si en sumisión, bajo autoridad!) de la congregación local y sus líderes.
No debemos temer al compromiso con la iglesia local y sus líderes. No debemos cerrar nuestro corazón a la estructura de cuidado, crecimiento y testimonio definida por Jesús en su Palabra (esto es, la iglesia local en Mateo 16, 18 y 28), aún cuando previamente hayamos sido heridos (¡o torturados!) en otra congregación. Dios está en control, Dios traerá todo asunto a su juicio perfecto, pero nos ordena hoy a unirnos a una iglesia local para que seamos completos y cabales, para que “trabajemos nuestra fe” entre la gente del Reino, y demos gloria a Su nombre frente a un mundo incrédulo.
En Cristo,
Gadiel
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