Los pecados que toleramos – El orgullo
(Esta serie esta basada en el libro “Respectable Sins, de Jerry Bridges, NavPress, 2007,también disponible en español - un excelente recurso para el discipulado y crecimiento espiritual personal)
En nuestro mundo nos regimos por el principio de la competencia. Podemos decir que sí existe algo positivo en la “competencia amistosa”: nos retamos a dar lo mejor de nosotros, a desarrollar nuestras capacidades al máximo. Esto es bueno y encomiable. El problema es cuando la competencia es el pretexto que usamos para mostrar mi “mejor casta”, mi “sangre azul”. Es cuando, en todas las áreas de nuestra vida intentamos ser “mejor que los demás”, y aplaudimos y vitoreamos al que lo logra. Por ejemplo, obtener buenas calificaciones en nuestros estudios no es sólo práctico (porque nos posiciona para un mejor futuro) sino también motivo de orgullo pecaminoso porque bien adentro de nosotros entendemos que somos “más inteligentes que los demás”. Podemos aplicar ese mismo modo de pensar a un ascenso en nuestro empleo, una victoria atlética, unos hijos con alto IQ, etc.
El orgullo es simplemente el deseo de mostrar superioridad sobre los demás en alguna área de nuestra vida. Como cristianos no solamente somos orgullosos al competir con la gente del mundo en las cosas del mundo (fama, dinero, poder, etc.) sino también cuando creemos que somos mas santos que los demás, somos mas “buenos” que los demás, tenemos “ministerios” mas grandes y exitosos que los demás, etc.
El orgullo es pecado porque:
En resumen, el orgullo es un burdo intento de robarle la gloria a Dios. Es una consecuencia básica del pecado original, la rebeldía a la soberanía de Dios, intentando sentarnos en el trono de Dios. Y para colmo de males, el orgullo ¡trae la oposición de Dios a nuestras vidas (Santiago 4:6)! Es por esto que en muchas ocasiones pasamos por tiempos de “desierto” en nuestras vidas y no entendemos porque la bondad de Dios se ha retirado de nosotros. No nos damos cuenta de que hemos pecado y que la disciplina de Dios está sobre nosotros. ¡Pidámosle a Dios que abra nuestros ojos y podamos ver nuestro orgullo, y por su Espíritu arranquemos toda raíz de maldad de nuestro corazón!
En Cristo,
Gadiel
En nuestro mundo nos regimos por el principio de la competencia. Podemos decir que sí existe algo positivo en la “competencia amistosa”: nos retamos a dar lo mejor de nosotros, a desarrollar nuestras capacidades al máximo. Esto es bueno y encomiable. El problema es cuando la competencia es el pretexto que usamos para mostrar mi “mejor casta”, mi “sangre azul”. Es cuando, en todas las áreas de nuestra vida intentamos ser “mejor que los demás”, y aplaudimos y vitoreamos al que lo logra. Por ejemplo, obtener buenas calificaciones en nuestros estudios no es sólo práctico (porque nos posiciona para un mejor futuro) sino también motivo de orgullo pecaminoso porque bien adentro de nosotros entendemos que somos “más inteligentes que los demás”. Podemos aplicar ese mismo modo de pensar a un ascenso en nuestro empleo, una victoria atlética, unos hijos con alto IQ, etc.
El orgullo es simplemente el deseo de mostrar superioridad sobre los demás en alguna área de nuestra vida. Como cristianos no solamente somos orgullosos al competir con la gente del mundo en las cosas del mundo (fama, dinero, poder, etc.) sino también cuando creemos que somos mas santos que los demás, somos mas “buenos” que los demás, tenemos “ministerios” mas grandes y exitosos que los demás, etc.
El orgullo es pecado porque:
- Es contrario al carácter de Cristo en el creyente (Mateo 20:20-28)
- Niega que el éxito proviene de Dios (1ra Samuel 2:7)
- Niega que la habilidad que tenemos (inteligencia, constancia, fuerza) proviene de Dios (Deuteronomio 8:11-14, 17-18, 1ra Corintios 4:1-7)
En resumen, el orgullo es un burdo intento de robarle la gloria a Dios. Es una consecuencia básica del pecado original, la rebeldía a la soberanía de Dios, intentando sentarnos en el trono de Dios. Y para colmo de males, el orgullo ¡trae la oposición de Dios a nuestras vidas (Santiago 4:6)! Es por esto que en muchas ocasiones pasamos por tiempos de “desierto” en nuestras vidas y no entendemos porque la bondad de Dios se ha retirado de nosotros. No nos damos cuenta de que hemos pecado y que la disciplina de Dios está sobre nosotros. ¡Pidámosle a Dios que abra nuestros ojos y podamos ver nuestro orgullo, y por su Espíritu arranquemos toda raíz de maldad de nuestro corazón!
En Cristo,
Gadiel
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